Ya no hace falta estar en su sano juicio para poder gobernar.
Con un brazo robótico bien calibrado,
las órdenes se firman sin pestañear…
aunque quien debería firmarlas esté tomando una siesta.
La llaman Robopen,
y en realidad era ella quien detentaba el poder:
la primera dama con un autopen firmaba lo que se le antojaba.