La mujer del juez contrató a un jardinero del Tren de Aragua y le gustaron tanto sus servicios que quiso compartirlos con su marido. El juez, canoso y complaciente, aceptó encantado. Desde entonces, los tres comparten mucho más que una casita.
Mientras tanto, en Milwaukee, una jueza activista no había encontrado quien le prestara atención… hasta que apareció un ilegal con carita de yo-no-fui. Le robó el corazón y se quedó con algo más que su simpatía.
Y mientras predican desde el estrado sobre leyes, ética y moral, en privado viven telenovelas que ni Televisa se atrevería a producir. ¡Qué vergüenza! Jueces liberales, activistas, zurdos de mierda… dictando justicia con la toga manchada de deseo sexual, de hipocresía y de puro descaro.