Banquete de pirañas (Segunda Parte)

Justo cuando crees que nada puede ser peor que tu prima del seguro… ¡Aparecen los tasadores públicos!

Esos supuestos aliados tuyos, llegan con sonrisa de tiburón y villas y castillas. —No se preocupe que yo me encargo. Usted no paga nada.

Y uno, inocente como el primer día de escuela, les firma. Porque claro, por fin hay alguien de nuestro lado, dispuesto a defendernos de las malévolas compañías aseguradoras.

¡Ja! ¡No me hagas reír!

Lo que ellos no te dicen es que vienen con un apetito voraz, dispuestos a acabar con todo. Y lo que tú pensabas que era ayuda, resulta ser otro trozo del pastel de tu tragedia.

Tasadores, abogados, contratistas… todos le hincan el diente. Y tú, que sufriste el daño, terminas solo con unas pocas migajas. Es un banquete de pirañas. Y tú eres el plato principal.

Porque aquí nadie arregla nada por solidaridad. Aquí todo se convierte en “porcentaje de lo recuperado”. ¡Porque lo importante es el CASH!

Y si la aseguradora se niega —como siempre hace—, empieza el pleito que puede durar meses. Y, cuando por fin llega el cheque, ya no alcanza ni para pagar por la pintura. Es un ciclo vicioso donde todos ganan… menos el que perdió el techo.

El Mosquitazo

Huracán no mata, huracán no hiere. Mata la prima que nadie quiere.

Una tragedia segura (Primera Parte)

En Florida, la familia de las aseguradoras tiene una prima… y no es nada simpática. Ella es carísima y llega de visita sin invitación alguna. Se instala en tu presupuesto, como la tía entrometida y regañona, que nunca se va. Porque, una cosa es segura… si tienes casa, tienes prima.

Y si tienes hipoteca, también la tienes. Y si vives en Florida… tienes una prima que cada año se pone más gorda mientras te vacía los bolsillos. Lo peor es que pagas esa prima creyendo que es tu pariente buena, la que te ayuda cuando llegan los huracanes. ¡Pero no! Resulta que la muy condenada es cómplice de toda una parentela que vive de ti.

La aseguradora, que se suponía sería tu ángel de la guarda, te da la espalda apenas aparece una gotera en tu techo. Y su perito, ese primo lejano que viene con una regla torcida y una cámara dudosa, siempre encuentra una excusa para negarte el pago:

—Eso ya estaba así.

—Eso no lo cubre la póliza.

—Eso fue culpa suya.

Al final de cuentas, el asegurado siempre  queda como la guayabera… ¡por fuera! Comparado con esta tragedia floridana, los huracanes son mansitos. Y, el asegurado, aunque pague por su prima, siempre sale con las tablas en su cabeza.