En Florida, la familia de las aseguradoras tiene una prima… y no es nada simpática. Ella es carísima y llega de visita sin invitación alguna. Se instala en tu presupuesto, como la tía entrometida y regañona, que nunca se va. Porque, una cosa es segura… si tienes casa, tienes prima.
Y si tienes hipoteca, también la tienes. Y si vives en Florida… tienes una prima que cada año se pone más gorda mientras te vacía los bolsillos. Lo peor es que pagas esa prima creyendo que es tu pariente buena, la que te ayuda cuando llegan los huracanes. ¡Pero no! Resulta que la muy condenada es cómplice de toda una parentela que vive de ti.
La aseguradora, que se suponía sería tu ángel de la guarda, te da la espalda apenas aparece una gotera en tu techo. Y su perito, ese primo lejano que viene con una regla torcida y una cámara dudosa, siempre encuentra una excusa para negarte el pago:
—Eso ya estaba así.
—Eso no lo cubre la póliza.
—Eso fue culpa suya.
Al final de cuentas, el asegurado siempre queda como la guayabera… ¡por fuera! Comparado con esta tragedia floridana, los huracanes son mansitos. Y, el asegurado, aunque pague por su prima, siempre sale con las tablas en su cabeza.