Presione 1 para encabronarse

Antes, si necesitabas resolver un problema con algún proveedor de servicios, tenías que hacer largas colas y esperar con los papeles en la mano durante horas para que te atendieran. Hoy, aunque la espera es por teléfono… lo que es aún más desesperante.

Apenas marcas el número de atención al cliente, una artificial voz femenina te anuncia el inicio de la tortura:

“Su llamada es muy importante para nosotros.”

Esa voz es, en realidad, un robot, programado para darte más vueltas que a un trompo y hacerte sentir que estás siendo atendido, sin ayudarte, mientras tu paciencia se va desvaneciendo.

La llamada comienza con un menú de opciones que se convierte en un laberinto sin escapatoria. Cada número que marcas te lleva a otro submenú, y luego a otro… hasta que pierdes la paciencia.

Y si, con suerte, logras hablar con un ser humano… pero ya estás tan agotado que optas por agradecer que, al menos, alguien de carne y hueso te esté escuchando.

El objetivo de todo este enjambre de tecnología no es ayudarte.

Es cansarte, confundirte, desgastarte, para que te des por vencido y desistas de tu intención de ser atendido.

Todo esto tiene nombre: atención al cliente sin intención de atender.

Una estrategia vestida de modernidad que, en el fondo, es puro peloteo digital.

No resuelve nada, pero da la ilusión de que estás “en proceso”.

Y mientras el robot te repite que tu llamada es importante…

tú entiendes que, en realidad, lo importante para ellos es que nunca llegues a ser atendido.

Mosquitazo:

Te atiende un robot con voz de princesa,
te pasa de opción sin darte certeza.
Y al final te dejan colgado, sin explicación…
encabronado y lleno de frustración.

Banquete de pirañas (Segunda Parte)

Justo cuando crees que nada puede ser peor que tu prima del seguro… ¡Aparecen los tasadores públicos!

Esos supuestos aliados tuyos, llegan con sonrisa de tiburón y villas y castillas. —No se preocupe que yo me encargo. Usted no paga nada.

Y uno, inocente como el primer día de escuela, les firma. Porque claro, por fin hay alguien de nuestro lado, dispuesto a defendernos de las malévolas compañías aseguradoras.

¡Ja! ¡No me hagas reír!

Lo que ellos no te dicen es que vienen con un apetito voraz, dispuestos a acabar con todo. Y lo que tú pensabas que era ayuda, resulta ser otro trozo del pastel de tu tragedia.

Tasadores, abogados, contratistas… todos le hincan el diente. Y tú, que sufriste el daño, terminas solo con unas pocas migajas. Es un banquete de pirañas. Y tú eres el plato principal.

Porque aquí nadie arregla nada por solidaridad. Aquí todo se convierte en “porcentaje de lo recuperado”. ¡Porque lo importante es el CASH!

Y si la aseguradora se niega —como siempre hace—, empieza el pleito que puede durar meses. Y, cuando por fin llega el cheque, ya no alcanza ni para pagar por la pintura. Es un ciclo vicioso donde todos ganan… menos el que perdió el techo.

El Mosquitazo

Huracán no mata, huracán no hiere. Mata la prima que nadie quiere.

Una tragedia segura (Primera Parte)

En Florida, la familia de las aseguradoras tiene una prima… y no es nada simpática. Ella es carísima y llega de visita sin invitación alguna. Se instala en tu presupuesto, como la tía entrometida y regañona, que nunca se va. Porque, una cosa es segura… si tienes casa, tienes prima.

Y si tienes hipoteca, también la tienes. Y si vives en Florida… tienes una prima que cada año se pone más gorda mientras te vacía los bolsillos. Lo peor es que pagas esa prima creyendo que es tu pariente buena, la que te ayuda cuando llegan los huracanes. ¡Pero no! Resulta que la muy condenada es cómplice de toda una parentela que vive de ti.

La aseguradora, que se suponía sería tu ángel de la guarda, te da la espalda apenas aparece una gotera en tu techo. Y su perito, ese primo lejano que viene con una regla torcida y una cámara dudosa, siempre encuentra una excusa para negarte el pago:

—Eso ya estaba así.

—Eso no lo cubre la póliza.

—Eso fue culpa suya.

Al final de cuentas, el asegurado siempre  queda como la guayabera… ¡por fuera! Comparado con esta tragedia floridana, los huracanes son mansitos. Y, el asegurado, aunque pague por su prima, siempre sale con las tablas en su cabeza.

No hay cama pa’ tanta gente

Yo sí estoy a favor de las deportaciones. Y lo digo sin que me quede nada por dentro. Porque no todos los que entraron merecen quedarse. ¡No hay cama pa’tanta gente!

Aquí no caben todos. Y mucho menos los que vinieron a estorbar. Los que cruzaron sin permiso… y se pusieron a haraganear.

Exigen, gritan, demandan, protestan… y se quedaron viviendo a costillas de quienes pagamos impuestos. Todos quieren una “reforma migratoria”. Pero eso es puro cuento.

Lo que andan buscando es una amnistía. Como si este país fuera una piñata: ¡pim, pam, pum! y agarra lo que puedas.

Qué va, ¡están muy equivocados! Así no funciona la cosa. Aquí hay leyes. Y deben cumplirse.

Cuando llegó Trump. Y en su primer discurso les dijo, mirándolos de frente: “Durante años nos dijeron que necesitábamos una nueva ley migratoria. Pero ahora ha quedado claro que lo que hacía falta… ¡era un nuevo presidente!”

Trump tuvo razón, otra vez. No hacen falta nuevas leyes. Hace falta tener los pantalones bien puestos para aplicar las que ya existen.

Se tiene que deportar al que no califica. Proteger al que sí. Y hacer a América grandiosa otra vez.

El Mosquitazo

Vinieron por millones, pero no todos se pueden quedar. El que vino a sumar, que pase… ¡no hay cama pa’ tanta gente!

Interludio final – Salsa migratoria (versión Mosquito)

🎤 ¡Y ahora sí, que suene el coro!

Esto va pa’ los que no califican… Los que cruzan y delinquen… ¡No hay cama pa’ tanta gente!

Los que vienen por subsidios… Los que dicen «esto es mío»… ¡No hay cama pa’ tanta gente!

Los que gritan sin respeto… ¡No hay cama pa’ tanta gente!

¡Pa’fuera… pa’la calle! Que aquí se queda el que aporta, el que trabaje, el que no falle.

Pero al que viene a joder… ¡pa’fuera… pa’la calle!

De lo voluntario a lo impuesto: El efecto inflacionario de las propinas

Las propinas ya no son voluntarias, son un impuesto disfrazado con efecto inflacionario.

Hoy terminamos pagando hasta un 40% más del costo real de nuestro consumo por su culpa. Lo que antes era un gesto voluntario de agradecimiento se ha convertido en un impuesto disfrazado.

La propina ahora es obligatoria. Si no la dejas, te miran feo. Si la cuestionas, te cancelan. Y si no pagas el 25%, eres un tacaño sin alma.

Con la llegada de Nuestra Señora Pandemia, aparecieron los terminales computarizados por todas partes. Y con ellos, la imposición: antes de siquiera probar el producto o servicio, ya te estaban pidiendo propina. Un 18%, 20% y hasta un 25% están preseleccionados en la pantalla. Y es ahí donde comienza la guerra psicológica.

Quien te atiende se te queda mirando fijamente, como esperando tu reacción. Tú, con la tarjeta en la mano, sientes que cualquier movimiento en falso te delata. Si buscas el botón escondido del “otro monto”, te invade la culpa. Y si no dejas nada… ni te cuento. Aunque nadie diga una palabra, se está librando una batalla campal en tu mente, en la cual, casi siempre sale ganando “¿Qué dirán de mí si no dejo propina?”

Para muchos, el qué dirán pasó a costar más que el café.

Ni tontos ni perezosos, los comerciantes se apropiaron de las propinas, dejando migajas a sus empleados. Entonces, estos fustigan al cliente con una propina sobre la propina. Aunque ya te hayan cobrado un delivery fee, el repartidor te exige lo suyo.

Es así como entre lo que realmente consumes, lo que “sugieren”, lo que te obligan y lo que te exigen, terminas pagando mucho más de lo que deberías. Por eso digo que la propina ya no es gratitud, es inflación pura.

MOSQUITAZO
Propina era un gesto, ya es extorsión,
te cobran sin darte explicación.
La sonrisa no es por gratitud,
es por tu forzada contribución.

¿Sabes qué es un implante hidráulico peniano?

Yo no lo sabía… hasta que me puse a escribir sobre el tema de las famosas bombitas. Si lo sabes ¡es porque ya tienes una!

Resulta que conozco a dos sujetos que, apenas cumplieron sus 65 años, salieron corriendo donde sus urólogos para que les pusieran la “bombita”, cortesía del Medicare.

Uno de estos caballeros, según él mismo me dijo, la usa “bastante” y está contentísimo.

El otro… la tiene, pero no la usa. Y, como es lógico, no está contento.

No la usa porque no funcione, sino porque no tiene la oportunidad.

La dichosa bombita cuesta como 20,000 dólares por paciente, considerando los gastos y honorarios médicos más todos los demás periquitos. Esto es bastante dinero.

Y lo más absurdo es que en muchos casos, la famosa bombita ni siquiera se usa por varias razones, a saber:

∙ Falta de pareja

∙ Falta de energía

∙ Falta de billete, porque, aun con bombita, si eres viejo y feo, si no tienes billete, no levantas ni polvo.

Las estadísticas nos dicen que en Miami, casi el 40% de los implantes penianos inflables son cubiertos por Medicare.

Si multiplicamos por miles de procedimientos al año, el gasto se infla a la par de las bombitas…

Mientras miles de abuelos no consiguen una silla de ruedas, un audífono o tan siquiera una cita médica, Medicare gasta millones de dólares en prótesis que muchas veces ni se usan.

Sexo senil subvencionado por todos los contribuyentes.

Y si de verdad se tratara de mejorar la vida sexual en la vejez, ¿por qué Medicare solo piensa en los hombres?

Las bombitas se aprueban con rapidez, sin filtros ni objeciones, mientras que la salud sexual femenina en la tercera edad no es tomada en cuenta para nada.

¿Dónde están las terapias hormonales, los especialistas y el reconocimiento de que ellas también sienten?

Medicare gasta una fortuna para que ellos «funcionen», pero no destina lo mismo para que ellas disfruten de sus últimos tiritos.

Esto no es medicina compasiva ni equidad en la salud. Esto es una visión machista del placer, mecánica y excluyente. Es una medicina que solo infla bombitas, pero deja a las féminas sin goce y sin atención.

Mosquitazo:

Todos pagamos por la bombita del abuelo seductor, y a la abuela la dejamos sola con el televisor.