¿Por qué no se los llevan?

Entré a la farmacia CVS por una medicina… y terminé con un ataque de risa.

Todo —y cuando digo todo, es TODO— está bajo llave: desodorantes, jabones, enjuague bucal, etc. Es como si de repente, los criminales hubieran enloquecido por el aseo y la higiene personal.

Si quieres algo, tienes que llamar a un empleado, esperar que llegue con su llavecita maestra y luego pedirle permiso hasta para oler el desodorante a ver si te gusta su aroma.

Pero algo me llamó poderosamente la atención.

Los bronceadores estaban al alcance de todos, como si nadie en su sano juicio fuera a robarlos.

Y al fondo, encontré otra zona sin protección: los libros y revistas. Y, para rematar, las tarjetas para el Día del Padre estaban ahí, a la espera de que se las llevaran. Sin candado, sin alarma… ¡totalmente desprotegidas!

¿Casualidad? ¿Falta de interés o de necesidad?

Yo creo que CVS ha puesto en evidencia algo que nadie se atreve a admitir, al menos no en voz alta:

No hay interés de los criminales en estos productos… ¡No los quieren ni regalados! ¿Por qué será?

Un nuevo impuesto

Las propinas ya no son voluntarias, son un impuesto disfrazado con efecto inflacionario.

Hoy terminamos pagando hasta un 40% más del costo real de nuestro consumo por su culpa. Lo que antes era un gesto voluntario de agradecimiento se ha convertido en un impuesto disfrazado.

La propina ahora es obligatoria. Si no la dejas, te miran feo. Si la cuestionas, te cancelan. Y si no pagas el 25%, eres un tacaño sin alma.

Con la llegada de Nuestra Señora Pandemia, aparecieron los terminales computarizados por todas partes. Y con ellos, la imposición: antes de siquiera probar el producto o servicio, ya te estaban pidiendo propina. Un 18%, 20% y hasta un 25% están preseleccionados en la pantalla. Y es ahí donde comienza la guerra psicológica.

Quien te atiende se te queda mirando fijamente, como esperando tu reacción. Tú, con la tarjeta en la mano, sientes que cualquier movimiento en falso te delata. Si buscas el botón escondido del “otro monto”, te invade la culpa. Y si no dejas nada… ni te cuento. Aunque nadie diga una palabra, se está librando una batalla campal en tu mente, en la cual, casi siempre sale ganando “¿Qué dirán de mí si no dejo propina?”

Para muchos, el qué dirán pasó a costar más que el café.

Ni tontos ni perezosos, los comerciantes se apropiaron de las propinas, dejando migajas a sus empleados. Entonces, estos fustigan al cliente con una propina sobre la propina. Aunque ya te hayan cobrado un delivery fee, el repartidor te exige lo suyo.

Es así como entre lo que realmente consumes, lo que “sugieren”, lo que te obligan y lo que te exigen, terminas pagando mucho más de lo que deberías. Por eso digo que la propina ya no es gratitud, es inflación pura.

MOSQUITAZO


Propina era un gesto, ya es extorsión,
te cobran sin darte explicación.
La sonrisa no es por gratitud,
es por tu forzada contribución.

Yo no sabía que trabajaba para Publix

Yo no recuerdo haber llenado una solicitud de empleo. Ni haber ido a una entrevista. Mucho menos, haber firmado un contrato. Y sin embargo…trabajo allí.

Escaneo productos. Los meto en bolsas. Peso productos.Y hasta tengo que llamar a un supervisor cuando la máquina decide que no le gusta cómo pongo las cosas en la bandeja.

Lo más curioso de todo es que no me pagan todo mi trabajo. Nadie me ha dado un cheque. Ni un bono de productividad. Ni siquiera me han dado las gracias.

Pero ahí estoy, haciendo el trabajo que antes hacía alguien con camiseta verde y sonrisa forzada.

Al principio pensé que era una novedad. Una forma moderna de acelerar las filas. Un “extra” para los que llevamos pocas cosas. Hoy entiendo que no. No es un avance tecnológico. ¡Es una trampa! Nos convirtieron en empleados sin paga. En cajeros de fin de semana. En trabajadores silenciosos… y gratuitos.

Y lo peor es que lo aceptamos. Y hasta lo celebramos. ¡Qué moderno! ¡Qué rápido! ¡Qué práctico! Sí. Práctico… Para ellos. Porque en cada máquina de auto-check-out hay un puesto de trabajo menos.

Y en cada cliente que acepta escanear su compra, hay una empresa que está ahorrándose salarios, seguros y beneficios. Claro… Todo esto a cambio de nada. Ni propina. Ni descuento. Ni un “gracias por su colaboración”.

A veces me pregunto: ¿qué vendrá ahora? ¿Tendremos que limpiar el carrito antes de devolverlo? ¿Barrer los pasillos que ensuciamos? ¿Reposicionar los tomates mal colocados por otros “clientes-empleados”?

Quizás algún día, pondrán  un letrero en todos los carritos que nos diga: “¡Gracias por ser parte de nuestro equipo!” Y uno, cansado, con el lomo doblado y sin monedas en el bolsillo, se sienta feliz… porque colaboró.

EL MOSQUITAZO

Trabajas gratis, pero con emoción. Publix ahorra ¡y tú con ilusión!

Escaneas el pan, empacas el arroz, no cobras ni un peso… ¡pero te sientes el boss!

Un día, quién sabe, te darán un pin dorado: “Cliente del mes… ¡por no haber cobrado!”

La cabellera del León sacude al Medio Oriente

Era de noche. Y allí, bajo los reflectores del palacio presidencial, lo esperaban jovencitas vestidas de blanco y alineadas como perlas del Golfo Pérsico.

El presidente de Estados Unidos de América, Donald J. Trump, aterrizó en Abu Dabi y fue recibido con una ceremonia tan inusual como simbólica: una danza tradicional donde las jóvenes agitaban sus largas cabelleras al ritmo de tambores tribales.
Se trataba del Khaleegy, una danza femenina típica persa, que celebra la feminidad y la gracia mediante movimientos elegantes del cabello y las manos.

Nada de pancartas, ni insultos, ni empujones. Solo cabelleras, sonrisas, y un líder admirado con gesto satisfecho y mano amiga.
Ni CNN supo buscarle un ángulo negativo a esta ceremonia de respeto y admiración a nuestro presidente.

Mosquitazo

Cabelleras al viento, respeto en el andar,
así lo recibieron sin tener que gritar. Entre tambores, danzaba la admiración,
¡y el viento susurró… “aquí manda el León”!

MEDICARE: Un monstruo de 4 cabezas

Cumplir 65 en los Estados Unidos de América tiene sus ventajas. Una de ellas, al menos en teoría, es que entras al mundo de Medicare. Pero no te emociones todavía: esto no es una fiesta, es un laberinto con siglas. Un monstruo de cuatro cabezas que, si no te comes con calma, te indigesta con gusto. Aquí van sus partes, bien explicaditas y sin anestesia.

PARTE A:
Es la más básica. Cubre hospitalización, pero no creas que te pone en suite con flores. Cubre lo necesario, lo justo… y a veces, ni eso. Dicen que es “gratis”, pero ya lo pagaste durante toda tu vida laboral, así que no te están regalando nada. No es generosidad, es devolución a regañadientes.

PARTE B:
Cubre doctores, consultas y servicios ambulatorios. Aquí es donde empieza el cobro mensual. Así que sí: para que te vean la cara, primero tienes que pagar. Si no te inscribes a tiempo, te cae penalidad. Como en el colegio… pero con tu salud.

PARTE C (Medicare Advantage):
Un Frankenstein armado por las aseguradoras privadas. Te venden que todo está incluido, pero cuidado: a veces ni el sentido común está cubierto. Requiere autorización para casi todo. Es como tener un seguro… que hay que pedirle permiso para usar.

PARTE D:
Cubre los medicamentos. O parte de ellos. O algunos, a veces. Y cuando más los necesitas, aparece el infame “donut hole”, ese vacío de cobertura donde pagas más y entiendes menos. No es broma: ni el azúcar te lo cubre si eres diabético. Bienvenidos al hueco.


Todos quieren ser españoles

Miami sufre de una nueva epidemia que tiene su epicentro en el Consulado de España en esta ciudad. Cada mañana, decenas de personas hacen cola a las puertas del consulado, desde bien temprano, papeles en mano, en procura de un nuevo pasaporte para su colección.

Son ciudadanos naturalizados en los Estados Unidos de América, con casa en el Doral, carro nuevo en el garaje y hasta su tarjeta de Medicare en la cartera. Pero todo esto no les basta. Ahora también quieren la nacionalidad española.

En la fila se pueden escuchar todos los acentos: venezolano, colombiano, argentino, y, por supuesto, el cubano que siempre destaca. Todos ellos buscando su nuevo pasaporte español.

Todo este revuelo es causado por la decisión del gobierno español de otorgar su nacionalidad a todos los descendientes directos de ciudadanos españoles. Nietos y bisnietos pueden solicitar la nacionalidad española, a más tardar en octubre de este año, vivan donde vivan, sin necesidad de haber pisado nunca la madre patria.

¿Amor por la tierra de sus ancestros? ¿Deseo de reconectar con la sangre ibérica?

¡Nada de eso! Lo que buscan es acceso libre a la Unión Europea, a sus beneficios, a la movilidad… y al «por si las moscas» de siempre.

Estos malagradecidos han recibido todos los beneficios que concede nuestro país, pero no se conforman con el Sueño Americano.

Mosquitazo:

También quieren la siesta española.

Y si pueden, el cafecito en Roma y el retiro en Lisboa.

Estos oportunistas se las saben todas:

les sacan provecho a todos los países sin comprometerse con ninguno.

Viven el Sueño Americano, disfrutan a lo europeo…

y se quejan al más puro estilo latino.

Mentiras de pronóstico reservado

Estudian 4 años de universidad para hacerse llamar meteorólogos, pero terminan siendo mentirólogos. Sus pronósticos del tiempo son más desatinados que no la pegan ni con cola. Si fueran médicos, tendrían la tasa de mortalidad más alta del planeta. Pero a ellos no les importa: llueva, truene o haga sol, siempre cobran igual. Porque lo de ellos no es la ciencia… ¡es la ciencia ficción!

Un día nos dicen: “Esperamos condiciones variables con posibilidad de chubascos aislados”.

Cuando en verdad quieren decir: No tengo ni idea de lo que viene, pero suena bien profesional.

Al siguiente día nos dicen:

“Una perturbación atmosférica se desplaza desde el suroeste generando inestabilidad en las capas medias.”

Cuando en verdad quieren decirnos:

“Algo raro se está moviendo por ahí… pero no tengo ni idea de qué es, ni pa’ dónde va.”

Y, al tercer día nos dicen:

“Habrá cielo parcialmente nublado con tendencia a mejorar hacia el final de la jornada.”

Cuando en verdad quieren decir:

“Puede que llueva, puede que no… igual sal tú y haz lo que puedas.”

Luego te hablan de la llegada de un frente y uno se queda pensando:

¿Un frente? ¿Frío? ¿Frontal?

Resulta que ellos mismos no tienen ni idea de qué tipo de frente, pero si saben de la espalda… de la espalda de las muchachotas que nos mantienen entretenidos mientras nos engañan con su despliegue de pecho, piernas y espalda. Por lo que uno termina viéndolas a ellas sin prestar atención alguna a sus “pronósticos”, porque, a fin de cuentas, si llueve, está bien. Y si no llueve… ¡también!

Mosquitazo

Dicen que el cielo estará despejado,
y uno termina hasta el cuello empapado.
Pero al ver tantas curvas en primer plano,
¿a quién le importa si llueve temprano?

Presione 1 para encabronarse

Antes, si necesitabas resolver un problema con algún proveedor de servicios, tenías que hacer largas colas y esperar con los papeles en la mano durante horas para que te atendieran. Hoy, aunque la espera es por teléfono… lo que es aún más desesperante.

Apenas marcas el número de atención al cliente, una artificial voz femenina te anuncia el inicio de la tortura:

“Su llamada es muy importante para nosotros.”

Esa voz es, en realidad, un robot, programado para darte más vueltas que a un trompo y hacerte sentir que estás siendo atendido, sin ayudarte, mientras tu paciencia se va desvaneciendo.

La llamada comienza con un menú de opciones que se convierte en un laberinto sin escapatoria. Cada número que marcas te lleva a otro submenú, y luego a otro… hasta que pierdes la paciencia.

Y si, con suerte, logras hablar con un ser humano… pero ya estás tan agotado que optas por agradecer que, al menos, alguien de carne y hueso te esté escuchando.

El objetivo de todo este enjambre de tecnología no es ayudarte.

Es cansarte, confundirte, desgastarte, para que te des por vencido y desistas de tu intención de ser atendido.

Todo esto tiene nombre: atención al cliente sin intención de atender.

Una estrategia vestida de modernidad que, en el fondo, es puro peloteo digital.

No resuelve nada, pero da la ilusión de que estás “en proceso”.

Y mientras el robot te repite que tu llamada es importante…

tú entiendes que, en realidad, lo importante para ellos es que nunca llegues a ser atendido.

Mosquitazo:

Te atiende un robot con voz de princesa,
te pasa de opción sin darte certeza.
Y al final te dejan colgado, sin explicación…
encabronado y lleno de frustración.

Banquete de pirañas (Segunda Parte)

Justo cuando crees que nada puede ser peor que tu prima del seguro… ¡Aparecen los tasadores públicos!

Esos supuestos aliados tuyos, llegan con sonrisa de tiburón y villas y castillas. —No se preocupe que yo me encargo. Usted no paga nada.

Y uno, inocente como el primer día de escuela, les firma. Porque claro, por fin hay alguien de nuestro lado, dispuesto a defendernos de las malévolas compañías aseguradoras.

¡Ja! ¡No me hagas reír!

Lo que ellos no te dicen es que vienen con un apetito voraz, dispuestos a acabar con todo. Y lo que tú pensabas que era ayuda, resulta ser otro trozo del pastel de tu tragedia.

Tasadores, abogados, contratistas… todos le hincan el diente. Y tú, que sufriste el daño, terminas solo con unas pocas migajas. Es un banquete de pirañas. Y tú eres el plato principal.

Porque aquí nadie arregla nada por solidaridad. Aquí todo se convierte en “porcentaje de lo recuperado”. ¡Porque lo importante es el CASH!

Y si la aseguradora se niega —como siempre hace—, empieza el pleito que puede durar meses. Y, cuando por fin llega el cheque, ya no alcanza ni para pagar por la pintura. Es un ciclo vicioso donde todos ganan… menos el que perdió el techo.

El Mosquitazo

Huracán no mata, huracán no hiere. Mata la prima que nadie quiere.

Una tragedia segura (Primera Parte)

En Florida, la familia de las aseguradoras tiene una prima… y no es nada simpática. Ella es carísima y llega de visita sin invitación alguna. Se instala en tu presupuesto, como la tía entrometida y regañona, que nunca se va. Porque, una cosa es segura… si tienes casa, tienes prima.

Y si tienes hipoteca, también la tienes. Y si vives en Florida… tienes una prima que cada año se pone más gorda mientras te vacía los bolsillos. Lo peor es que pagas esa prima creyendo que es tu pariente buena, la que te ayuda cuando llegan los huracanes. ¡Pero no! Resulta que la muy condenada es cómplice de toda una parentela que vive de ti.

La aseguradora, que se suponía sería tu ángel de la guarda, te da la espalda apenas aparece una gotera en tu techo. Y su perito, ese primo lejano que viene con una regla torcida y una cámara dudosa, siempre encuentra una excusa para negarte el pago:

—Eso ya estaba así.

—Eso no lo cubre la póliza.

—Eso fue culpa suya.

Al final de cuentas, el asegurado siempre  queda como la guayabera… ¡por fuera! Comparado con esta tragedia floridana, los huracanes son mansitos. Y, el asegurado, aunque pague por su prima, siempre sale con las tablas en su cabeza.