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En una escena digna de zoológico parlamentario, los representantes demócratas Al Green (el gorila con bastón) y Shri Thanedar (el mono de Detroit) protagonizaron el más reciente espectáculo en las escalinatas del Capitolio: lanzar al aire resoluciones de juicio político contra Trump como si fueran papelillos de carnaval. Ambos gritaron con vehemencia, pero ni siquiera sus colegas les prestaron atención. El primero fue censurado y expulsado del pleno; el segundo, presionado por su propio partido, terminó reculando. Nadie los apoya. Nadie los sigue. Nadie los toma en serio.
Así están las cosas en el Partido Demócrata: cada vez más aislados, más fuera de la realidad, más dominados por el odio a Trump que por las ideas. En lugar de conectarse con las verdaderas urgencias de la nación, se refugian en sus patéticos intentos de llevar a Trump a juicio político, empujados por una necesidad infantil de llamar la atención. El país exige soluciones. Ellos ofrecen papelones. ¡Qué vergüenza!
Durante su fastuosa gira por el Medio Oriente, Donald Trump fue recibido como todo lo que sueña ser: rey, emperador, sultán y centro de atención. Alfombras rojas, caravanas de lujo, aplausos coreografiados y sonrisas de petrodólar. Todo el protocolo se rindió ante su paso… excepto una figura.
Melania Trump, siempre impecable y medida, no lo acompañó. No apareció en fotos, ni en saludos, ni siquiera como rumor. Su ausencia, sin embargo, se volvió protagonista. Algunos dijeron que prefirió mantenerse al margen. Otros, que su presencia podría haber opacado al protagonista. Y los más suspicaces sugirieron que, tratándose de una gira por tierras de sultanes, al presidente le convenía viajar solo.
Porque hay viajes de negocios, viajes de placer… y viajes que no se cuentan.
Era de noche. Y allí, bajo los reflectores del palacio presidencial, lo esperaban jovencitas vestidas de blanco y alineadas como perlas del Golfo Pérsico.
El presidente de Estados Unidos de América, Donald J. Trump, aterrizó en Abu Dabi y fue recibido con una ceremonia tan inusual como simbólica: una danza tradicional donde las jóvenes agitaban sus largas cabelleras al ritmo de tambores tribales.
Se trataba del Khaleegy, una danza femenina típica persa, que celebra la feminidad y la gracia mediante movimientos elegantes del cabello y las manos.
Nada de pancartas, ni insultos, ni empujones. Solo cabelleras, sonrisas, y un líder admirado con gesto satisfecho y mano amiga.
Ni CNN supo buscarle un ángulo negativo a esta ceremonia de respeto y admiración a nuestro presidente.
Cabelleras al viento, respeto en el andar,
así lo recibieron sin tener que gritar. Entre tambores, danzaba la admiración,
¡y el viento susurró… “aquí manda el León”!
En Los Ángeles, un barbero —desesperado por la invasión de desposeídos acampando frente a su negocio— tuvo una idea tan ingeniosa como polémica: colocó un altavoz que reproduce, sin pausa, la famosa canción infantil Baby Shark durante las 24 horas del día. ¿Su meta? Espantar a los homeless de la acera. ¿Y saben qué? ¡Funcionó!
Ahora los desamparados huyen despavoridos del lugar, víctimas de la tortura auditiva a la que los sometió el barbero. Algunos ya han levantado su queja ante los medios: dicen que no aguantan más el «turu tu turu tu». Porque, en la California progresista, si no puedes ofrecerle techo a un ser humano, al menos puedes destrozarle el tímpano con reguetón infantil. Humanismo versión karaoke.
Un hombre que fue símbolo. Un nombre que repitieron con rabia, con rabia, con rabia… hasta que se volvió consigna. Padre, mártir, santo civil. Luego, expediente: Kilmar Abrego García.
Hoy no hay marcha. No hay cartel. No hay portada. Solo una imagen.
Una postal enviada desde el CECOT. por el reo expatriado, dice:
«Por favor, no me olviden.»
—Kilmar
Porque los demócratas que lo usaron… ya no lo visitan. Porque los medios que lo glorificaron… ya no lo cubren. Porque los que gritaban su nombre… ahora no quieren ni oírlo.
Y él sigue ahí. En su tierra, El Salvador. Viendo la roncha que él causó desaparecer en el olvido.
A los temibles pandilleros del Tren de Aragua se les acabó la fiesta.
Se les fueron los tatuajes… y su bravuconada.
Lo único que hacía falta era un nuevo presidente con los cojones bien puestos.
Y ese no es otro que Papá Trump.
Él los declaró terroristas internacionales, y la ley salió a buscarlos hasta debajo de las piedras.
A los primeros que cayeron, los mandaron sin escalas a Guantánamo, y de ahí, derechito al CECOT, en El Salvador.
Hoy, lo que queda de esa pandilla de criminales está haciendo fila, a la espera de su celda en territorio salvadoreño.
Ellos ahora son lo que ves en la foto: tristes e inofensivos payasitos de un circo de poca pacotilla.
En el corazón de Times Square, la justicia decidió cambiar los papeles. Esta vez, no es el acusado quien comparece, sino la acusadora.
¿Casualidad o karma con traje de bronce?
Cuando se usa la ley como garrote político, la ley a veces… regresa a ponerte las esposas.
Del pedestal al calabozo,
el bronce se puso mohoso.
La Justicia fue su disfraz…
y ahora se le cayó su antifaz.